Una madrugada sin estrellas, sin luna, ella se canso de
cosechar almas, se puso un vestido de fiesta y me invito a desayunar, me hablo
de los libros quemados de Alejandría, de la decadencia de roma, de los ritos
griegos donde la carne y el placer eran vehículos para llegar al paraíso.
Comimos risas y miradas. -¿Dónde has puesto las llaves de tu
corazón? Me susurro al oído mientras me besaba la mejilla para despedirse, yo
le sujete los codos y la acerque a mi –Las he guardado donde tú has colgado la
hoz- se separo de mi, inquietada busco leerme
los ojos y cuando los encontró me sonrió. –Eres un tonto. Y suspiro resignada. –Eres
la muerte ¿Qué esperabas?... ¿Que nos sentáramos en la misma mesa sin
coquetearte? ¿Qué no buscara conquistar a la muerte como todos aquellos antes
de mi? Yo no soy Orfeo ni Ulises, no soy un campeón ni un guerrero, ni un
artista… No quiero que seas mi musa ni mi puta… solo quiero que me ames como yo
te temo. Ella frunció sus labios y con un gesto materno me acaricio la cabeza revolviéndome
el pelo con sus dedos. –Te amo como amo a los que sin tiempo han cincelado sus
nombres en mis huesos, te amo como amo al desvalido, al enfermo, al viejo… te
amo con piedad. Me eche hacia atrás tambaleándome y busque una silla para
reconfortar mi corazón. –De todas mis ilusiones no creí que tú serias la que me
rechazara. –Creer nunca ha sido lo tuyo. Dijo con pomposidad mientras caminaba
hacia la puerta. –¡Espera! Entonces… ¿Qué es lo mío? –Yo soy tuya como tú lo
eres de mi lista, si quieres ver mi piel y besar mis labios hazlo en tus
letras, enamórame en tus delirios, tómame en tus sueños y cuando tus iguales me
identifiquen en tu nombre y teman mi beso a través de tus pesadillas, entonces,
solo entonces habrás crecido lo suficiente como para tomar mi mano y yo
orgullosa les diré a los dioses, “este hombre ha conquistado a la muerte”.
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