La música es lenta, pegajosa y obsesiva, mi cabeza baila al vaivén de ritmos oscuros, la habitación se va volviendo más estrecha, sus ojos se convierten en lámparas de colores que juegan con mi cordura y me invitan a deslizarme alrededor de ellos, a buscarlos y perderlos para siempre.
Los rezos y los loas se funden macabramente en un himno monstruoso y demencial… ¿Quiero salir de aquí! Quiero irme, huir, buscarte, silenciarte, ¡Quiero salir de ti! Y así verte en el espejo de anochecer, darte un beso en la mejilla y una puñalada en el corazón.
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