Tenía seis años cuando vi mi primer cadáver, era el de mi abuela, tendida sobre la cama, inmóvil, yerta, fría, fue en ese instante que empecé a interesarme en la muerte.
Tarde varios meses en digerir el concepto que mis padres me habían explicado con lagrimas en los ojos y cuando deje de tener horribles pesadillas fue cuando la muerte se convirtió en mi obsesión, empecé entonces a alimentar mi mórbida curiosidad coleccionando las grotescas fotos que venían siempre en los periódicos, muertes violentas, cuerpos destrozados, asesinatos funestos, aún recuerdo cuando forraba mis libretas con los amarillistas encabezados de la nota roja. Poco después me volví un indiscutible fan de la revista Alarma sus impactantes imágenes llamaron mi atención desde el principio, al igual que la de mis padres quienes preocupados intentaron remediar mis macabros pasatiempos con exhaustivas visitas al psicólogo.
Al crecer mi gusto se fue refinando lentamente, me convertí entonces en un seguidor del cine de horror, atento consumidor del gore, las tripas, la sangre falsa y las malas actuaciones, me fascinaban las historias que no me dejaban vivir en paz, los escenarios lúgubres y retorcidos que se alojaban en mi memoria otorgándome deliciosas horas de insomnio, poco a poco me fui acostumbrando a tantas y variadas escenas de muerte que al pasar el tiempo se me hacían tan normales como ver salir el sol.
Fue entonces que empecé a diversificar mí gusto por la muerte, visitando el cementerio más cercano a mi casa, extasiándome con aquellos grandes monumentos funerarios, coleccionado nombres, fechas y epitafios, debo admitir que a veces me encariñaba con algún que otro muerto y en mis ratos libres les iba a leer poesía, contar raras anécdotas y dos que tres veces brindar con ellos por sus aniversarios, me volví fotógrafo de funerales y descubrí que no solo me cautivaba el fenómeno del fallecimiento si no todo lo que se cocinaba a su alrededor, el mortuorio rito de entierro, el motivo de muerte, el miedo a la muerte, su aceptación, el duelo y sobre todo el ambiente sobrenatural que rodeaba el suceso.
Le empecé a dedicar la mayor parte de mi tiempo al dulce fenómeno de dejar de existir, me enrole en el estudio “del más allá”, en las psicofonías, la ouija se me volvió compañera de desvelos, los relatos de horror, terror, las novelas de macabra temática, toda aquella parafernalia que tenía un olor a tierra de panteón se volvió mi vida.
Pronto la gente cercana a mi me comento lo extraño que parece dedicarle tu vida a la muerte, sinceramente no me importa.
En toda mi trayectoria como ser vivo no he encontrado suceso que me llene de tal manera, ¿Morboso? ¿Enfermo? ¿Psicótico? Me han llamado de muchas formas, siendo sincero algunas hasta me alagan, soy el tipo que se ríe cuando el cuchillo baja sobre la víctima, el sujeto que camina entre tumbas buscando nuevos amigos, el que cree en lo sobrenatural a pesar de nunca haber visto ni registrado algo que se gane tal mención, soy el que tiene un álbum de “muertes horrendas” en vez de uno de “momentos felices”, el que trabajo en una funeraria solo por el gusto de hacerlo.
¿Gusto culposo? Quizás, a veces mientras veo videos de atropellamientos, descabezados, suicidios, mientras me deleito con películas del maestro Argento, de Lucio Fulci, de Carpenter, pienso ¿Por qué me gusta todo esto?... La verdad no lo sé… morir es fácil, vivir es lo difícil.
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